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¿La información es poder?

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Recuerdo que a mi abuelo, el invento del fax le pareció revolucionario. Siempre me recordaba que: “antes cuando tenías que hacer un escrito a Madrid, tardaba semanas en ir y venir, y ahora es inmediato”. No tengo claro si el tono era el de algo positivo, o bien lo decía con cierta melancolía, pero si me abuelo levantase la cabeza hoy, creo que pensaría que somos una sociedad enferma de ansiedad. Son tiempos acelerados por la tecnología digital.

 

 

Fuente: Universidad de Berkeley. 2001

 

También recuerdo una máxima laboral en los inicios de mi carrera profesional que decía: “Información es poder” sobre la que muchos profesionales analógicos levantaron murallas para defender sus reinos de taifas, y de paso esconder sus mediocridades. Hicieron de la dosificación de la información un arte que les aseguró años de carrera profesional. Todavía se puede encontrar algún espécimen en las grandes organizaciones. Todo esto ha cambiado radicalmente con la digitalización.

 

Vivimos en una sociedad digital cuya materia prima son los datos. Datos que crecen exponencialmente año a año. Datos que son la base de exitosos modelos de negocios. Datos que son la moneda de cambio por el disfrute de muchas de las aplicaciones que tienes en tu móvil y que crees que son gratis. Estos datos son como el agua; quieren ser libres y circular rápidamente por las laderas de las redes. Hace un siglo, un evento importante acaecido en la otra punta del mundo podía tardar semanas en transmitirse, y en muchas ocasiones ni era noticia. El mundo era más “grande” y heterogéneo. Hoy vivimos en tiempo real, la información circula a gran velocidad por las redes construidas sobre la tecnología digital. Esto lo ha cambiado todo: cualquier calle comercial de una gran ciudad está ocupada por las mismas marcas. Las multinacionales se han convertido en entes supraestatales. El mundo se parece cada vez a un McDonalds donde el Big Mac sabe igual en Medellín que en Helsinki. Menor diversidad a costa de mayor eficiencia y productividad.

 

La velocidad de circulación de un elemento suele ser positiva: pasa en el fútbol donde una rápida circulación del balón imprime velocidad al juego y acaba desconfigurando al equipo contrario, creando oportunidades algunas de las cuales acaban materializándose. El juego del Barça es el máximo exponente y con muy buenos resultados. Lo mismo pasa en la economía, la velocidad de circulación del dinero es una forma de medir la actividad económica. Cuanto más rápido circula (siendo el resto de variables constantes) más actividad económica se genera y por tanto crecimiento. Ambas cosas son positivas siempre y cuando no se superen ciertos límites: una alta circulación de balón puede acabar físicamente con el equipo antes del final del partido. Una velocidad excesiva en la circulación de la pelota sacrifica la precisión en los pases y por tanto la posesión. En economía una aceleración de la circulación del dinero crea inflación. A partir de ciertos límites, la inflación es uno de los principales males de la economía.

 

En lo que a la información (formada por datos) se refiere, creo que hemos sobrepasado el punto donde la velocidad de circulación empieza a ser contraproducente. El síntoma es el fenómeno de las fake news, y la falta de espíritu crítico (parcialmente por falta de tiempo) respecto a la información que consumimos. El resultado es por un lado un escepticismo total que categoriza toda información como susceptible de ser falsa, o una credulidad ignorante que lleva a dar a oxígeno a movimientos como el terraplanismo, los antivacunas, o la homeopatía. Por lo que quizás estemos en el mismo punto que cuando mi abuelo tenía que realizar peticiones manuscritas dirigidas a los centros de poder para acceder a cierta documentación: desinformación; antes por escasez y ahora por abundancia. Es lo que tiene la democratización de la creación y la distribución gracias a las herramientas construidas con tecnologías digitales. Tanto cambio para seguir igual.