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Anatomía de los pensamientos

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En el post anterior iniciaba una pequeña andadura acerca de ‘el jefe’: nuestro cerebro. Hoy hablaremos de su anatomía y funcionamiento.  Los pensamientos son pura información que circula en nuestro cerebro a través de unas células nerviosas llamadas neuronas. Se estima que el cerebro  humano está formado unos 100 mil millones de estas células nerviosas especializadas en la recepción y transmisión de información. Lo mágico de esto es que cada una de ellas está conectada a cientos, o incluso miles de otras neuronas, formando redes extremadamente complejas. Durante los primeros 3 años de nuestra vida se produce todo el cableado entre los 100 mil millones de neuronas del cerebro humano. El máximo de conexiones neuronales tienen lugar al año de vida y de ahí en adelante comienza su destrucción. Por ello es tan importante utilizar todas las conexiones posibles de las que disponemos ya que las que no se emplean desaparecen en consecuencia al desuso.

Si bien existen diversos tipos de neuronas, en términos generales podemos decir que todas se componen de tres partes. En primer lugar está el cuerpo celular o soma que es el centro metabólico de la neurona, donde se fabrican las moléculas y se realizan las actividades fundamentales para mantener la vida y las funciones de la célula nerviosa. Este soma neuronal se prolonga dando lugar al axón que, siendo más fino que un cabello humano, funciona como canal a través del cual sale la información de una neurona para propagarse hacia las demás. Y finalmente encontramos a las dendritas que son las principales áreas receptoras de información que llega a la neurona. Estas también son prolongaciones del soma neuronal pero con forma de árbol y reciben la información de los axones procedentes de otras células.

Todo el funcionamiento de nuestra mente (la memoria, el habla, el aprendizaje de nuevas habilidades, el pensamiento, los movimientos conscientes…) depende de estas conexiones entre las neuronas, un proceso conocido como sinapsis. Ahora bien, existen unas sustancias químicas que se encargan de la transmisión de señales entre una neurona y otra: los neurotransmisores. Resulta  interesante recalcar que los mecanismos neurotransmisores se modifican a lo largo de la vida de acuerdo al aprendizaje y a las experiencias de cada persona. Es decir, la agilidad mental de un individuo puede variar a lo largo de su vida igual que otro tipo de facultades mentales. Cada neurona establece un promedio de unas 1000 conexiones sinápticas y, probablemente, sobre ella recaen unas 10 veces más. Es importante pues el correcto estado químico de nuestro cerebro ya que el alto o bajo nivel de estos neurotransmisores tiene una notable influencia sobre las funciones mentales, el comportamiento y el humor. No es por nada que en los últimos años la serotonina, la adrenalina, la dopamina y otros neurotransmisores se han puesto de moda en las lecturas de neurociencia, autoayuda y superación  personal.

Referente al proceso de sinapsis conviene introducir el concepto de “punto ciego” y que relaciona la estrategia del autoengaño con un hecho fisiológico. En la parte posterior del ojo existe una zona donde confluyen las neuronas del nervio óptico que carece de terminaciones nerviosas. Esta zona constituye un punto ciego. Habitualmente no se percibe su existencia porque se compensa con la visión superpuesta de ambos ojos. Pero incluso cuando se emplea un único ojo resulta difícil distinguirlo, pues ante la falta de información visual el cerebro rellena virtualmente esa pequeña área en relación con el entorno.

Algo parecido sucede a nivel psicológico. Todos tenemos puntos ciegos,  es decir, zonas de nuestra experiencia personal en las que somos proclives a bloquear nuestra atención y autoengañarnos. Vienen a ser como unas lagunas mentales que solemos rellenar con fantasías, explicaciones racionales o imaginaciones. Se trata de un hecho comprobado que no percibimos la realidad tal y como es sino que elaboramos nuestra interpretación particular a partir de lo que captan los sentidos. Incluso la memoria resulta altamente engañosa, pues contiene una serie de filtros que seleccionan la información que llega a la conciencia. En este contexto, son puntos ciegos cerrar los ojos ante una realidad adversa (una enfermedad grave, un despido, etc.), el autoengaño, la mentira y una larga serie de estratagemas que ideamos para vivir sin enfrentarnos a una realidad a veces cruda.

Algunas tecnologías como la resonancia magnética y la tomografía por emisión de positrones permiten estudiar el cuerpo por dentro y han contribuido al gran avance de las neurociencias. Gracias al uso de estas técnicas, que permiten generar imágenes del cerebro y sus procesos internos, se ha comprobado que este se adapta a los estímulos que repetimos. Es decir, el cerebro es un órgano altamente dinámico en permanente relación con el ambiente que modifica continuamente sus conexiones sinápticas. También los experimentos de los investigadores Hubel y Wisesel han trabajado en esta línea que ayuda a reforzar la teoría de los surcos que hemos vimos hace algunos post anteriormente.

Ahora tocaría hacernos la pregunta: ¿tenemos sólo un cerebro? Os adelanto que la respuesta es ‘no’. Más detalles en dos semanas.