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Elogio del cambio

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El primer paso para morder el hielo es perder el miedo al cambio. Este verano te invito a abrazar el cambio. Si hay algo que nos marca y nos persigue es el tiempo. Nos pasamos la vida buscándolo, ya que determina lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. El día tiene veinticuatro horas; de esas disponemos, ni una más. Sin embargo, pocas veces nos paramos a pensar qué significa para una persona el tiempo y como se relaciona con los cambios. Así que, para empezar, te propongo un ejercicio. Uno sencillo; aunque no necesites escribirlo, te resultará más fácil usando papel y bolígrafo.


Si te pido que definas el tiempo, ¿cómo lo harías? Tómate unos minutos para pensarlo. No te lances a decidirlo de inmediato; trata de buscar la mejor definición. Tampoco hace falta que sea muy profunda, solo que refleje lo que para ti es el tiempo. ¿Lo tienes? ¿Has tenido tiempo (valga la redundancia) suficiente? Ahora ya puedes pasar al siguiente párrafo.


La verdad es que las definiciones de tiempo están unidas por un denominador común: el paso del tiempo. Para la Real Academia de la Lengua, el tiempo es una «magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo»; también es la «duración de las cosas sujetas a mudanza». En inglés, según dice el Oxford Dictionary, se define como «the indefinite continued progress of existence and events in the past, present, and future regarded as a whole», que traducido sería: ‘El continuo progreso indefinido de la existencia y los acontecimientos en el pasado, presente y futuro considerada como un conjunto’.


Ahora recupera mentalmente tu definición. ¿Se parece a las que acabamos de ver? Seguro que hay coincidencias entre la tuya y las de los diccionarios. En general, hablar de tiempo implica tratar del movimiento, de cosas que pasan, lo cual nos lleva, queramos o no, al concepto de cambio. El cambio es algo que no podemos evitar y que va de la mano del paso del tiempo. Una persona que se quede sentada en una silla sin hacer nada, cambiará: envejecerá, adelgazará, se arrugará… No podemos no cambiar, es inevitable, va de la mano de la propia vida.


Más allá de los diccionarios, los grandes filósofos que han estudiado el tema han tenido siempre clara la importancia del tiempo y han dedicado horas a encontrarle una explicación que trate de dar respuesta a las dudas que planteamos. Platón dijo que «el tiempo es una imagen móvil de la eternidad»; es decir, que la verdadera naturaleza de las cosas es permanecer estáticas y eternas, y la sombra de esa inmovilidad es el cambio, que es el trasunto del tiempo. El movimiento, la transformación, no son más que una demostración de que estamos contemplando un tiempo. Aristóteles fue un paso más allá de todo esto y definió el tiempo como «el número del movimiento según el antes y el después».


Kant decía que el tiempo es condición necesaria para todo lo que conocemos, un requisito sin el que nada sería posible. Solo podemos ser en el tiempo. El paso del tiempo, a su entender, no aporta una experiencia, sino que la experiencia exige que pase el tiempo como condición inexcusable. La representación del tiempo no adquiere la forma de abstracción de las relaciones, sino que estas tienen sentido solamente si se da por sobreentendido que existe el tiempo. Unos conceptos complejos pero que refuerzan la teoría. Todo esto no hace más que redundar en la idea de que el tiempo existe mientras las cosas cambian. Cuando estamos sentados en una silla escuchando una canción, con la persona que queremos, por mucho que deseemos con todas nuestra fuerzas que el momento no acabe, acabará; y algo cambiará. Son cosas del tiempo y, ya que pasa, por qué no sacar algo positivo del cambio.


Escrito por Lluis Soldevila