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Emisiones y la Pandemia. Pensemos en el día después

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No hay mal que por bien no venga. Este refrán, que data desde el 1600, nunca ha aplicado tan bien a una situación como la que estamos viviendo con la Pandemia del COVID-19.


El uso de combustibles fósiles en el transporte es una de las principales fuentes de generación de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono (CO2) y óxido nitroso (N2O), conjuntamente con las plantas industriales que utilizan la energía térmica para la fabricación de sus productos.


De acuerdo con distintas fuentes, las emisiones globales diarias de CO2 se han reducido entre el 10% y 20%, como consecuencia del aislamiento social preventivo y el cierre de las fronteras para evitar la propagación del coronavirus. La NASA ha podido verificar desde el espacio que los gases contaminantes en la atmósfera, efectivamente han mermado.


Es obvio que hay menos movimiento. El transporte público, en general, está suspendido y consecuentemente menos ómnibus, trenes, aviones, taxis y automóviles están transitando de un lugar a otro. Sólo se tiene el desplazamiento de aquellos vehículos que transportan mercancías y medicamentos, y aquellos utilizados para los servicios básicos y esenciales como las ambulancias, bomberos, policías y la recolección de residuos. Hasta los sismólogos han notado que el planeta está vibrando menos.


Este evento es noticia en todos los medios. Imágenes de los canales de Venecia, Italia, donde ahora el agua es transparente y los peces nadan con cierta sensación de felicidad, sin la perturbación de los motores de las lanchas y el movimiento de los turistas. Otra noticia que aún está dando de qué hablar, es la reducción de la contaminación del aire en China y la visualización de imágenes satelitales donde muestran concentraciones muy bajas de NOx. Sin contar la enorme cantidad de vídeos mostrando el curioso avance de animales salvajes transitando por las calles de los pueblos y ciudades.


Sin ser dramático, el Planeta está de vacaciones.


Sin embargo, varios expertos ambientalistas tienen una mirada escéptica del tema. Los impactos positivos visibles en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, son temporales, ya que se deben a la trágica desaceleración económica y al sufrimiento humano. Así comentó Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). En los últimos 100 años, varias crisis han significado una disminución de las emisiones de CO2 derivadas del uso del petróleo, gas y carbón. Pero una vez superada cada crisis, los niveles de emisiones han continuado su ascenso. Nada hemos aprendido.


Parafraseando a Peter Senge en su libro “La Revolución Necesaria” (2009), necesitamos avanzar hacia un futuro más limpio y sustentable. Es momento de reflexionar sobre los cambios que debemos hacer para mitigar los efectos del calentamiento global y la contaminación del medio ambiente.


Es momento de pensar en el día después de la pandemia, acelerar esta “Revolución Ambiental” y apuntar hacia el uso de energías limpias y renovables, libres de monóxidos y gases de efecto invernadero. La motorización eléctrica, la reingeniería de la logística de última milla y el uso de combustibles alternativos y biomasa, son las tecnologías que vienen intentando penetrar en el mercado frente a la resistencia del petróleo.


Más allá de que el COVID-19 está forzando la reducción de las emisiones a causa del cese de las actividades rutinarias, como bien comentan los expertos, es circunstancial. El bien que nos trae esta pandemia es la posibilidad de detenernos a pensar y evaluar cómo continuar luego del coronavirus, qué medidas tomar para mejorar nuestra calidad de vida en un todo armonizado con el medio ambiente y la sustentabilidad, para dejar la posibilidad de un planeta habitable a las generaciones futuras.