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En Taxi con Sergio Ramos

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Probablemente, esta semana cuento con lectores a los que no tienen espíritu emprendedor ni les interesa la innovación, pero si el fútbol. Y debo pedirles disculpas de antemano por el título que quizás, de manera engañosa, les ha llevado a hacer 'clic' en este post. Me he permitido esta licencia veraniega sin ánimo de engañar, al menos completamente. Y es que les aseguró que hace unos días Sergio Ramos me llevó en su taxi.

Tenía este post pendiente desde hace unas semanas, cuando viajé para unas conferencias a Bogotá. La primera vez que visité Colombia, en 2012, me quedé impresionado por un rasgo común a la mayoría de colombianos. Era un pueblo con una marcada mentalidad emprendedora.

Dado mi ámbito de actuación y, en especial, en aquellas fechas donde fui a pronunciar unas conferencias sobre éxito y equipos de alto rendimiento para la Cámara de Comercio de Bogotá, intenté fundamentar mi impresión y averiguar si efectivamente estaba en lo cierto, y los motivos de tal rasgo común. E identifiqué dos grandes corrientes de opinión que justificaban lo observado:

En primer lugar, me explicaron que el colombiano siempre ha tenido que 'buscarse la vida'. La falta de subsidios ha hecho que rápidamente se encuentren oportunidades, porque según decían, ellos mismos las creaban. A los lectores habituales seguro que les suena la frase anterior.  Se habían especializado en encontrar soluciones a los problemas. Debo confesar mi debilidad ante este tipo de perfiles. A menudo tropieza uno el perfil contrario, con gente que parece ser experta en encontrar los problemas a cualquier solución. Seguro que ahora a todos los lectores se les ha escapado una sonrisa, al haberle puesto cara o nombre a este segundo perfil. Desde el profesional capacitado, al trabajador más humilde, todos pasaban a la acción a la 'ganarse la vida' (expresión que provoca en mi sentimientos opuestos, seguramente merecedoras de un post exclusivo), convirtiéndose en empresario o vendedor ambulante, ejemplos ambos de gente emprendedora.

En segundo lugar había también un componente actitudinal. Era una actitud reactiva, motivada por la voluntad de luchar contra pesadas lacras que han afectado a la sociedad colombiana desde hace demasiado tiempo, como el narcotráfico y la guerrilla. Lejos de esperar a la solución de estos complicados conflictos por las instancias que les compete, a nivel individual surge una especie de responsabilidad, por la que cada uno intenta ser el mejor ciudadano posible, el mejor trabajador posible. En definitiva el mejor ciudadano posible, para que la suma  pueda llegar a abatir a los elementos indeseados de la realidad colombiana. Surge un orgullo de ser colombiano que hace que, naciendo como reacción, la actitud que se tenga sea la de acción, la de ser proactivo.

Fue hace unas semanas que volví a estar de nuevo en Bogotá, y me encontré con algo que no existía hace un par de años, algo que ahora todo un sector había adoptado. Y es que todos los taxis, hasta los más pequeños y aquellos que parece que están a punto de pararse y no andar más, han adoptado estas Apps de las que tanto estamos hablando en España. ¿Cuál es la diferencia? Pues que mientras en Barcelona los taxistas encuentran problemas a estas Apps, en Bogotá las han recibido como solución. Sé qué la realidad es compleja, y ni mucho menos defiendo el uso de una nueva tecnología sin el respeto a una competencia justa. No se piensen ustedes que en Bogotá no están teniendo problemas. Pero allí han visto la oportunidad, la aprovechan, y seguro que encuentran después una solución. Justo al revés de lo que estamos haciendo aquí.

Espectador del cambio, el último día interrogué a mi taxista. Tenía 55 años, y confeso que Easytaxi y Tappsi le habían cambiado la vida. Para mejor, claro. Había multiplicado por dos su facturación, ganado en eficiencia pues no circulaba esperando clientes y además no salía del coche (he de confesar que este último punto no lo llegué a comprender, pero insistió en que era muy importante para él). Le comenté como había llevado el cambio, y me señaló con cierto desprecio y nada de melancolía 'esto' (señalando a la típica radio para comunicarse) era ya cosa del siglo pasado. Le pregunté cuánto tiempo le había llevado acostumbrarse al nuevo sistema. Me contesto que lo difícil fue acostumbrarse a usar un Smartphone, que tenía los dedos demasiado grandes, pero que en tres meses y lo dominaba. Pensé que tres meses a mí se me harían una eternidad. Él, como la mayoría de taxistas bogotanos, tenía claro que tocaba reclinarse y lo han hecho. Tienen ya la solución. Yo vuelvo a Barcelona y sigo peleándome en el aeropuerto para pagar con la maldita tarjeta...

Por cierto, le pedí permiso a mi amigo el taxista para tomarlo como protagonista de mi próximo post, y se mostró encantado. Vi como anotaba mi email en su Smartphone. Vi como sus dedos efectivamente no eran de pianista. Lo mejor fue cuando le pedí su nombre y me dijo sin inmutarse 'Sergio Ramos, para servirle con gusto'.