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Los bots no compran camisetas

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Os presento a @arii, una wannabe influencer en Instagram. Arii según su perfil en la red social del momento, tiene más de 2.6 millones de seguidores. Eso son muchos seguidores. Y según el libro de estilo de los influencers, a partir de cierto número de seguidores (audiencia) ya has construido una marca personal. El sueño de muchos influencers hecho realidad. El siguiente paso es rentabilizar esta marca, y que mejor manera que creando tu propia colección de ropa. Es lo que pretendía Arii. No se le puede culpar.



El estándar a seguir por los influencers como Arii es la familia Kardashian. Para mí, son las mejores CEO del momento para una marca de consumo, y sin duda las que mejor gestionan las redes sociales. Tenemos mucho que aprender de ellas. Pueden parecernos banales, superficiales, horteras y todos los adjetivos que queráis, pero han construido un imperio empresarial muy rentables y son una referencia para muchas personas. Tienen sus propias marcas de ropa y cosméticos, las principales marcas se las rifan y sus cachés son astronómicos. Además, o son listas o están muy bien asesoradas: son muchas hermanas y cada uno funciona como una marca diferente con su posicionamiento específico, de forma que entre la madre y las hermanas cubren gran parte del espectro de consumidores. Solas o en combinación arrasan; son el icono de la modernidad digital que nos invaden. Todos quieren (¿queremos?) ser como las Kardashian.



Y aquí es donde entre nuestra pobre Arii y su línea de camisetas que lo” iban a petar”. El resultado es que después de todo el trabajo y esfuerzo, solo vendió ¡36 camisetas! Arii no daba crédito. Le pareció una traición de su legión millonaria de seguidores. ¿Cómo es posible que entre 2.6 millones de fieles seguidores sólo 36 se decidan a comprar sus camisetas? Es incomprensible. Llevada por la frustración y con el objetivo de entender el porqué del fracaso, Arii escribió el siguiente post:



Podría ser hasta gracioso ver la frustración de una chica que busca atajos en la vida para convertirse en una celebrity, pero la realidad es que este tipo de situación puede minar la autoestima de las personas hasta el punto de acabar en tragedia. ¡Respect!


 


¿Por qué Arii ha vendido tan pocas camisetas? La explicación hay que buscarla en los bots que campan a sus anchas por las redes sociales. Los bots son código informático que aspiran a comportase como una persona. Intentan parametrizar situaciones de la vida real. Simulan comportarse como personas, pero aún están muy “verdes”. En la mayoría de contextos son un fracaso (asistencia al cliente), pero en las redes sociales funcionan. Éstas están llenas de bots con objetivos diversos, como por ejemplo: influir en el resultado de eventos políticos como las elecciones en diversos países, o referéndums determinantes como el Brexit. Un reciente artículo del TNYT le pone número a este fenómeno: en Facebook se estima que hay 60 millones de cuentas bots:


 


“…60 million automated accounts may roam the world’s largest social media platform.”


y otras tantas en Twitter:


“By some calculations, as many as 48 million of Twitter’s reported active users — nearly 15 percent — are automated accounts designed to simulate real people, though the company claims that number is far lower.”


Es la llamada Influence Economy. Hay una lucha sin cuartel por, primero, captar nuestra atención para luego influir en nuestra forma de pensar. Nada nuevo; el objetivo del marketing siempre ha sido persuadir en las decisiones de compra de los consumidores, pero ahora la tecnología ha posibilitado la creación de “armas de destrucción masiva” en forma de automatización, inteligencia artificial, bots entre otras herramientas, que empoderadas por ingentes cantidades de datos e información facilitan la escalabilidad de este fenómeno. El resultado son las fake news, la polarización ideológica, el auge de los nacionalismos, y que Arii se quede sin su línea de ropa para adolescentes. Desgraciadamente si uno mira la historia tampoco es nada nuevo, lo que cambia es la sofisticación de los medios y la velocidad del cambio. Es un salto cualitativo.


Todo lo anterior se combate con un punto de escepticismo ante cualquier input informativo, con mucho espíritu crítico y curiosidad por entender los incentivos de quién dice qué. Puede parecer una tontería la experiencia de Arii, pero es un síntoma de una sociedad que va demasiado rápido, es demasiado crédula y vive en función de las opiniones de terceros. Me sabe mal por Arii, pero los bots no compran camisetas.