Morder el hielo
Vimos en el último post la matriz de Porter, la cual nos incitaba al movimiento. Y el movimiento es cambio. A medida que pasan los años, las personas nos volvemos más conservadoras en cuanto a nuestra vida personal y profesional. Vemos los cambios no voluntarios con miedo, como si se avecinara una tormenta de consecuencias imprevisibles. Cuando nos ofrecen una nueva oportunidad profesional, le damos mil vueltas, valoramos repetidamente los pros y los contras, consultamos con nuestros amigos y familiares, siempre buscando, en el fondo, la opinión o el motivo que nos haga tirar adelante. Necesitamos que alguien nos confirme que estamos procediendo de manera responsable. En la vida personal, ocurre más o menos lo mismo: dejar una pareja, cambiar de piso, decidir tener un hijo… Los cambios, efectivamente, pocas veces son gratuitos, algunos pueden hacer que nuestra vida experimente una transformación radical. Todo cambio implica un reto, enfrentarse con situaciones o circunstancias inesperadas. “Morder el hielo” es la imagen que asocio a la actitud de los ganadores, de las personas que fluyen con los cambios y le sacan partido, de quienes no se ponen límites y aceptan hasta morder el hielo para superarse y conseguir sus objetivos.
Lo que nos aterra del cambio, no lo neguemos, es el miedo a fracasar, a habernos equivocado. Pero cuántos gurús han dicho ya, con razón, que cada error que cometemos nos hace más fuertes y nos acerca al éxito. El fracaso no es un estado definitivo, es solo circunstancial y, aunque parezca sorprendente, solamente se produce cuando nosotros lo aceptamos como tal. Dicho de otro modo: si después de un error o unos resultados por debajo de nuestras expectativas decidimos que ya no hay nada que hacer, que nos hemos equivocado irremediablemente, entonces se está produciendo el fracaso, porque estamos tirando la toalla sin siquiera valorar que esta situación nos ha hecho más fuertes y nos ha otorgado una experiencia indispensable para dar el siguiente paso. Me gusta usar la metáfora de escribir un libro: cuando te enfrentas a una página en blanco es abrumador y sabes que cometerás errores. No hay que desanimarse cuando detectas tus flaquezas a la hora de escribir, porque precisamente haberlas detectado te da la clave del autoconocimiento que necesitas para corregirlos. Para eso, es necesaria una buena actitud: si nos evaluamos a nosotros mismos o a nuestro trabajo y no vemos nunca aspectos a mejorar, seguramente no estaremos siendo honestos. Para aprender de nuestros errores y para no tener miedo al cambio, hace falta autoconocimiento y actitud positiva.
Finalmente, cuando un cambio se avecine, es más fácil cometer errores o asumir ese temido fracaso si dejamos que las circunstancias nos superen. Si nos enfrentamos al cambio con miedo, solamente podemos tener una actitud defensiva y eso implica conformismo, asumir que no somos capaces de tener iniciativa en nuestra vida o nuestra carrera profesional. Cuando se presenta un cambio, sea voluntario o imprevisto, hay que pasar a la acción desde el minuto uno. No siempre podemos elegir las situaciones en las que nos encontramos, pero sí podemos decidir cómo enfrentarnos a ellas. Te invito a este refrescante reto: este verano morderás el hielo. En los siguientes post te ofreceré las herramientas que necesitas para perderle el miedo al cambio, para que te autoconozcas, para que tengas la actitud positiva necesaria para pasar a la acción y, en definitiva, para que el cambio sea sinónimo de oportunidad y seguramente también de éxito.
¿Te atreves?