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Tu película

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Acabé el anterior post con una promesa, y hoy la cumpliré. Y lo haré compartiendo algo muy íntimo, una historia personal. Puedes pensar que empezar a cambiar tu vida es una quimera; o bien puedes tratar de vivirlo como si estuvieses en una película, en Matrix, por ejemplo. Cuando te levantas por la mañana y te miras al espejo tienes dos opciones: la pastilla roja y la pastilla azul que le ofrecen a Neo. Porque cada día tenemos la oportunidad de decidir, tenemos un Morfeo que nos deja escoger qué píldora tomarnos en función de cómo queremos ver la vida. Poner el pie en el suelo es la primera acción del día y la que puede determinar qué pasará. Has visto que no puedes escudarte en que las cosas son como son y no se puede hacer nada, porque lo cierto es que las cosas no son de una sola manera. Y si los cambios son imprevistos, hay caminos para continuar y, en realidad, lo único que puede detenerte es temer que todo salga mal. ¿Y si sale bien? Esa opción, que a menudo descartas, es igual de real. Nuestra cultura se deja llevar por la negatividad, nos limita y nos desbarata las posibilidades de cambio. Pero has pronunciado ocho síes, así que tu mente es más que preparada para preguntarte ¿y si sale bien?


Durante unos pocos párrafos voy a hablar de mí. Uno de los cambios más grandes que ha habido en mi vida ha sido el nacimiento de mis tres hijos. Sí, tres, que llegaron de golpe para cambiarme la forma en que mi mujer y yo vemos el mundo. La verdad es que, aunque parezca que puede ser mucho trabajo, no lo cambiaría por nada. El proceso que hemos seguido hasta que han estado con nosotros me ha hecho aprender mucho y me ha reafirmado en que la vida es como queramos que sea y afrontarla de una manera u otra la modifica.  No planeamos tener tres pequeños a la vez, así que cuando el ginecólogo nos lo dijo, nos quedamos boquiabiertos y un poco abrumados. ¿Tres? ¿Y cómo nos organizaremos? Estábamos contentos, pero la alegría inicial pasó a sorpresa cuando nos sentaron en un escritorio y nos hicieron una pregunta que nos dejó completamente desconcertados: «¿Qué queréis hacer?» Ya sé que tener trillizos no es lo más normal, pero no imaginábamos que fueran a hacernos aquella pregunta.


«¿Qué queremos hacer acerca de qué?», preguntamos. La respuesta del doctor fue aún más dura.  «Hay opciones, como no tener los tres. Tener dos». No podíamos creerlo. «Hay un 13 % de probabilidades de que el embarazo salga mal», añadió. Salimos llorando. Hay decisiones que cuestan, pero podrás imaginar que no esperas que te pongan una mochila como esta en la espalda y, sin casi información, te hagan decidir sobre el futuro de tus hijos, a los que, aunque no hayan nacido, ya quieres.


Nos dieron dos días para tomar una decisión, difícil de tomar, entre otras cosas, porque la información era imperfecta. Así que nos sentamos y nos pusimos a analizar la situación. La probabilidad de que las cosas salieran mal era del 13 %, que parece bastante alta. Enseguida le dimos la vuelta a todo aquello: la probabilidad de que todo saliera bien era del 87 %. ¡Era muy alta! Habrá a quien le pese más el 13 %, pero, se mire como se mire, el 87 % es una probabilidad enorme. Así que decidimos lanzarnos. Estábamos ilusionados, alegres y optimistas, y nos agarramos con todas nuestras fuerzas, y las de los tres pequeños, a aquel 87 % y nos obligamos a eliminar el 13 de la cabeza y pensar en positivo. Escogimos ver la vida de color rosa. Y nos salió bien.


Esta experiencia personal, y muy importante para mí, sirve para poner de manifiesto que es posible ver las cosas de maneras distintas. Ante la misma situación, puedes hundirte o ver un futuro lleno de alegría y esperanza. Por cierto, la historia acaba con un final muy feliz: el 31 de agosto, hacia las 11 de la mañana, Pau, Clara y Albert nacieron sin problemas y hoy compartimos los cinco todos los momentos de nuestras vidas. Y es gracias a pensar en el 87 %.