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Twitter y el silencio

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Empezamos a descubrir y ser conscientes de los colaterales de la panacéa del always on que nos vendieron en los inicios de la democratización del uso de internet: adicción a la tecnología, el mercadeo de nuestros datos con consecuencias inimaginables, la dependencia del móvil, la saturación de información e inputs en forma de mensajes y notificaciones de los omnipresentes ladrones de nuestra atención. A veces pienso que somos el hamster dentro de la jaula corriendo en bucle.


En mi caso siendo consciente de ello, hace unos años que dejé de utilizar Facebook, no tengo Instagram, y Snapchat o TikTok ya no son para mí. Ninguna de ellas me despierta interés salvo el académico y de negocio. He desconectado las notificaciones de mis dispositivos y navego con adblocker, antitracker y una VPN cuando es necesario. Dudo que nada de ello sirva para evitar que terceros accedan a mis datos, pero es mi placebo. De todas formas poco importa; tengo una gran brecha: Twitter.


He convertido a Twitter en mi ventana al mundo. Me conecta con mi red, me sirve para estar informado, y lo que es más importante, es mi fuente de conocimiento. Es mi programa de formación continua. Incentiva mi creatividad, me obliga a pensar y reflexionar, a descubrir personas, ideas, libros, artículos, podcast que poner en cola en mi infinita lista de temas pendientes y que sé que nunca podré terminar. El concepto sobre el que se basa Twitter es muy potente: no solo te permite crear una tupida red de conexiones que te habilita dialogar con quién quieras y cuando decidas, sino que lo hace de forma elegante, restringiendo la longitud del mensaje obligando a ser sintético y conciso. Twitter me ha enseñado a escribir mejor. A ser consciente que cada palabra cuenta. A saber cómo transmitir un mensaje escrito en contraposición con otras redes sociales donde mandan los formatos audiovisuales. En definitiva, pienso que Twitter debería ser un servicio público descentralizado para evitar su control y censura. Su protocolo sería abierto de forma que pudiese haber cientos de clientes para interaccionar con el servicio. Al estilo del email, la Wikipedia o la Blockchain de Bitcoin. Debería de tener unas reglas de juego bien definidas y transparentes para evitar ciertas líneas rojas relacionadas con la libertad y el respeto. Twitter es el sistema de comunicación global más efectivo jamás creado, pero necesita abrirse.


Mi caso con Twitter es similar al de muchas otras personas con otras aplicaciones como WhatsApp, Instagram, etc. Hemos hecho de la tecnología el proxy a través del cual experimentamos la vida. Y nuestro móvil es la llave a esta nueva existencia aumentada. Lo que me lleva al título de este artículo: ¿Dónde queda el silencio en este mundo ruidoso? Pues directamente el silencio se apaga. Ha perdido la batalla contra el ruido por KO técnico. Se ha convertido en un bien de lujo que podría estar al alcance de todos pero que en el fondo no lo deseamos. No lo queremos porque tenemos miedo al silencio. El miedo al silencio es el miedo al autoconocimiento. Es el miedo a enfrentarse a uno mismo. A visibilizar internamente nuestras carencias. Por eso nos rodeamos de ruido, para escondernos de nuestra naturaleza más íntima por miedo a descubrir lo que ya intuimos. Y la sociedad digital es perfecta en evitar enfrentarnos con nosotros mismos. Actualmente el ruido por antonomasia está en las redes sociales y plataformas de streaming. Mil excusas para no reunirse con uno mismo. Y el resultado es que nos morimos sin conocernos. Somos conocidos, amigos si me apuras, pero no somos Nosotros. Aquí lo dejo.


Me vuelvo a Twitter para saber las últimas noticias del coronavirus, el penúltimo improperio de Trump o las últimas rondas de financiación de los unicornios wannabe.