El líder no motiva, inspira para que las personas encuentren su propia motivación
No pretendo contradecir toda la literatura que habla del líder motivador, sino poner la lupa en lo que un líder hace o puede hacer, para tener un equipo motivado.
Porque las palabras connotan, tienen peso y cuando son muy usadas por personas autorizadas en el tema, generan mandatos inconscientes. En el caso que voy a tratar de aclarar hoy el mandato para un líder es “tengo que motivar”… y dado que esto no es posible (explicaré porqué) aparece la frustración.
Todas las personas tenemos algo que se llama “deseo”. Algo que no tiene nombre ni apellido pero es “eso” que nos impulsa a levantarnos cada mañana. O sea son nuestros “motivos”, los de cada uno en su singularidad.
El primer mito que me gustaría deconstruir es que “estar motivado para hacer algo” tiene una relación directa con algo que “me gusta o quiero, en el sentido de algo que da placer”.
Encontrarnos con nuestro deseo, es decir lograr esas metas que me motivan, generalmente implica hacer muchas cosas que no nos gustan, que no elegimos, que implican un esfuerzo adicional y a veces sacrificio, pero que son necesarias para lograr eso que queremos (nuestro deseo).
Los motivos que cada uno tenemos para levantarnos cada mañana son diferentes: alguien lo hace porque tiene que mantener 4 hijos y no se puede permitir el lujo de perder el trabajo (le guste éste o no). Pero, lo que lo motiva, es tener con qué pagar las cuentas para dar de comer, vestir y enviar a sus hijos al colegio.
A otros los motiva haber conseguido una pasantía en la empresa de sus sueños y su motor (su deseo) está puesto en conseguir quedarse en plantilla una vez que su pasantía finalice.
Si estas dos personas reportan al mismo líder, la forma en que éste puede ayudarlos a dar lo mejor de sí mismos es bien diferente: al primero lo ayuda mostrándole en qué cosas tiene que actualizarse (cómo y dónde) para seguir manteniendo su puesto de trabajo a pesar de los cambios que se hagan en la empresa. En este caso, el líder no pone el foco en el interés que pueda tener la persona en operar un nuevo sistema o participar en un proyecto innovador. Pone el foco en la necesidad que tiene esa persona de no ser despedida. El trabajo del líder aquí radica en acompañarlo con este nuevo aprendizaje, estimularlo a que no baje los brazos, inspirarlo con historias que tengan relación con “sus motivos (sus hijos)”.
Mientras que en el segundo caso, el líder lo que hace es impulsar al pasante para que aprenda todo lo que pueda y lo más rápido posible para tener la oportunidad de aplicar a una vacante fija (el deseo, los motivos de esta persona).
Por esto decía al comienzo que los líderes no podemos trabajar sobre la motivación (es personal, singular y de cada quién). Los motivos no pueden implantarse en una persona. Pero sí podemos inspirarlos, alentarlos, ayudarlos a crecer y a alcanzar eso que los motiva a levantarse cada mañana.
Para ayudar a cada persona de nuestro equipo a encontrarse con su deseo (lograr sus metas en la vida) y por tanto motivarse, los líderes necesitamos conocer a nuestros colaboradores y sus motivos para saber qué resorte hay que tocar cuando la persona resiste a los cambios, baja su rendimiento o genera conflicto dentro del equipo.
La tarea de los nuevos líderes no es fácil. Hay que entrar en la vida personal de las personas (algo que en los 90 estaba casi prohibido y se decía: los problemas personales se quedan en la puerta de la oficina!).
Hoy retener a las personas se ha vuelto todo un reto para las organizaciones. Cada vez que un empleado decide irse, la empresa pierde todo el “dinero” que invirtió en su formación, capacitación y además la persona se lleva los conocimientos adquiridos con ella, le pertenecen.
Por tanto, más allá de la mirada humana, mi reflexión tiene que ver con la rentabilidad: si retengo personas valiosas, gano más dinero como empresa. Y la responsabilidad de que esto así sucede es pura y exclusivamente de los líderes y la cultura de liderazgo que el CEO de turno decida construir.