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Innovar es transformar conceptos en ideas

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Una de las competencias troncales de un innovador es el arte de pensar conceptualmente. El elemento básico que configura este arte es la capacidad de saber diferenciar entre lo que es un concepto y lo que es una idea.

Para ello debemos entender que un concepto es la forma genérica de hacer algo, es decir, es la abstracción de una solución en el mundo de lo intangible. Mientras que por su parte una idea es la forma específica o concreta de llevar a la práctica ese concepto.

Habitualmente lo que tenemos son ideas, y lo que no tenemos son ideas. Podemos escuchar que ante un problema alguien diga: ¡Tengo una idea!, pero en mi vida he escuchado a nadie decir al enfrentarse a un problema: ¡Tengo un concepto!

Así que cuando tenemos una idea si identificamos el concepto general que subyace en ella entonces podemos con mayor facilidad visualizar otras formas de llevar ese concepto a la práctica, con lo que podremos generar otras ideas diferentes de la inicial.

Una propuesta de método para generar ideas innovadoras consiste en cuatro pasos:

  1.  Plantear el problema (o la oportunidad).
  2. Pedir a los participantes que escriban sus ideas en un papel.
  3. Recoger todas las ideas, e identificar los conceptos que subyacen en ellas. Agrupándolas por conceptos.
  4. Usar cada uno de los conceptos como fuente para nuevas ideas.

Aunque el método sea fácil de seguir, y los dos primeros pasos sean fáciles; es en el tercer paso donde se producen los mayores “conflictos” porque es el momento en el que es necesaria la presencia de uno o varios artistas que sean capaces de describir el concepto que representa cada una de las ideas que se han presentado.

Lo interesante de este método es que no solo sirve para innovar en productos, sino que también lo podemos utilizar para innovar en servicios, e incluso en procesos.

Pero su utilidad alcanza incluso al desarrollo del plan estratégico de una empresa, y su configuración en las diferentes líneas estratégicas. En concreto la ayuda que esta metodología puede ofrecer se produce porque muchas veces las personas que participan en la definición del plan estratégico de una organización tienen dificultades para describir tanto la misión como la visión. En cambio si se les pregunta sobre lo que creen que debería ser o hacer la organización entonces se les ocurren ideas mucho más fácilmente.

Y a partir de aquí es cuando la potencia de la metodología consigue provocar un salto dimensional. Porque si se agrupan esas ideas para definir y describir los conceptos que representan, entonces las personas son capaces de describir cuales son la misión y la visión de su empresa.

En el fondo podemos considerar que la misión y la visión de una empresa son la representación conceptual de la misma, que se plasmará en unas líneas estratégicas que son las ideas que se llevarán a la práctica. Es decir, que una vez hemos definido la misión y visión podemos volver a proponer nuevas ideas de cómo llevarlas a la práctica, lo que equivale a definir las estrategias que queremos llevar a cabo.

Otra aplicación de esta metodología la podemos encontrar en el ámbito de las patentes. Recordemos que los requisitos para que las invenciones puedan patentarse es que “sean nuevas, impliquen actividad inventiva y tengan aplicación industrial”.

Y estos tres requisitos los podemos cumplir si seguimos los pasos que nos propone el método descrito. Si ante un problema nos planteamos posibles soluciones prácticas, y a partir de estas soluciones describimos los conceptos que representan a esas soluciones. Podremos proponer soluciones nuevas que en muchos casos serán consecuencia de una actividad inventiva. Y dado que esas ideas deben llevarse esos conceptos a la práctica, lo que se requiere es que tengan aplicación industrial. Con lo que estaremos cumpliendo los tres requisitos de una patente (o un modelo de utilidad).

Pero dónde creo que es más espectacular el uso de esta metodología es cuando se utiliza con niños, sobre todo por lo que supone como desarrollo de sus competencias educativas. Los niños son los mayores generadores de ideas disruptivas porque en su mente aún no se han creado las fronteras de lo posible y lo “presuntamente” imposible. Pero la facilidad de tener ideas no se complementa con la facilidad de concebir los conceptos, y es aquí donde la figura del maestro es fundamental. Es el maestro quién debe ayudarles a definir los conceptos que les ayudarán para proponer ideas mucho más disruptivas, pero claramente orientadas a ser soluciones prácticas de esos conceptos.

Si queremos que en nuestra sociedad la innovación sea uno de los pilares fundamentales para su crecimiento, hemos de empezar desde las organizaciones que se dedican a la formación de las personas a dotarles de metodologías que sean claras, sistemáticas y fáciles de utilizar.

El método científico nos muestra el máximo criterio estético que rige en la naturaleza: la sencillez que contiene y explica las verdades más profundas.”