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Decidir el problema, es el primer paso del camino de la innovación.

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¿En qué deberíamos innovar?

Esta pregunta se la están haciendo hoy en día gerentes y directivos de empresa que tienen que enfrentarse a las consecuencias que esta provocando en los mercados la pandemia del CoVid19. Dar respuesta a esta pregunta puede generar inquietud porque se debe tomar en un momento de alta incertidumbre, en el que los referentes que hasta ahora se tenían ya no sirven. Y es en la forma en que se va a decidir cómo dar respuesta dónde se encuentra el mayor riesgo porque se pueden tomar de forma precipitada, pero especialmente de forma asistemática. Aunque parezca que sea más lento, el hecho de seguir un procedimiento sistemático para tomar decisiones al final tiene mejores resultados que tomar decisiones de forma impulsiva.

Existen numerosos procedimientos sistemáticos para tomar decisiones, en este caso lo que deberemos escoger es un procedimiento para decidir sobre qué deberíamos innovar. Uno de los que yo recomiendo se basa en plantearse unas pocas preguntas donde lo importante son las respuestas que haga, porque esas respuestas serán las que nos permitan desarrollar soluciones más o menos innovadoras, que es lo que supondrá que tengan una mayor o una menor probabilidad de éxito.

La primera pregunta es: ¿Qué problema deberíamos resolver?

Esta pregunta la podríamos reescribir de la siguiente forma: ¿cuál es el principal problema al que nos enfrentamos?, o bien, ¿cuál es el principal problema al que se enfrentan nuestros clientes?

Si lo escribimos de esta forma última forma, lo que estamos exponiendo es que deberíamos conocer a qué problemas nos enfrentamos, o se enfrentan nuestros clientes. Deberíamos tener una lista de los problemas que afectan a nuestra empresa, o que afectan a nuestros clientes; y si no tenemos esa lista, será lo primero que deberíamos hacer. Y los problemas de esa lista deberemos valorarlos para ordenarlos por importancia.

La segunda pregunta es: ¿Por qué deberíamos resolverlo?

Aquí lo que hacemos es coger los cinco primeros problemas de nuestra lista ordenada y, para cada uno de ellos, preguntarnos qué obtendremos si lo resolvemos o qué obtendrán nuestros clientes si se lo resolvemos. A esta pregunta deberíamos aplicarle la técnica japonesa de los 5 Porqués, es decir, hemos de crear una cadena de como mínimo cinco preguntas. Esto se hace porque no siempre la primera respuesta nos dará el motivo más importante para resolver un problema.  

Una vez tenemos el principal motivo para resolver los cinco primeros problemas de nuestra lista, deberíamos darle un valor de “beneficios esperables”. Aquí hay que tener en cuenta que los beneficios pueden ser tanto tangibles como intangibles. Y, a veces, el valor de un beneficio intangible puede ser sustancialmente superior a un beneficio tangible; en términos, por ejemplo, de imagen de marca o de empresa.

La tercera pregunta es: ¿Qué nos impide resolver ese problema?

Nuevamente hemos de coger los cinco primeros problemas de nuestra lista, y sobre ellos nos hemos de preguntar qué obstáculos impiden, frenan o bloquean que hoy en día no se hayan resuelto aún; es decir, porque aún no se han resuelto. Aquí también deberemos repreguntarnos un mínimo de cinco veces. Y para las respuestas que hayamos obtenido, deberemos de darle un valor, en este caso de grado de dificultad; esto es, cuán difícil creemos que va a ser resolverlo. Lo que nos va a obligar a tener en cuenta factores como los costes, las tecnologías disponibles, o si disponemos del personal cualificado para su resolución.

Con todo lo anterior podríamos desarrollar un cuadro como el siguiente:

Primer paso del camino a la innovación

Las columnas de “Beneficios Esperables” y “Grado de Dificultad” pueden valorarse por ejemplo del 1 al 10; y la columna de “Valor de Resolución” se calcularía como índice ponderado de las anteriores columnas, en el que la ponderación cada empresa deberá decidirla. Si bien el criterio de valoración del “1 al 10” podría parecer subjetivo, por eso para el caso que tengamos la capacidad de valorar económicamente lo que puede suponer el beneficio, o la dificultad, entonces podemos utilizarlo como criterio de valoración. Y la forma de calcular el “valor de resolución” deberá adaptarse al valor de este criterio.

La importancia de valorar los problemas a la hora de decidir es que así evitamos dar más importancia al problema “del que grita más”, o a un problema que creemos importante sin que sea el que realmente más nos convenga resolver. Si no tenemos una forma sistemática, e imparcial, del orden en que debemos resolver los problemas para desarrollar innovaciones podemos poner en el mercado las soluciones menos rentables.

Dar un orden de resolución de problemas para innovar es obligado, porque los recursos y el tiempo disponibles son limitados. Y para las nuevas inversiones hemos de intentar obtener el máximo retorno posible.

Una vez hayamos decidido el principal problema que deberíamos resolver es cuando empieza el proceso de innovación, que también debería ser de “innovación sistemática”.