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Hoy escribo desde el AVE, de vuelta a casa. Tengo un proyecto, uno muy grande. Y tengo la sensación de que acabamos de dar un gran paso. Sí, creo que la reunión ha sido un éxito, y que nos entenderemos. Que tenemos el socio que necesitamos.

 

 

 

 

 

No creo que sea casualidad. Ya sabéis que en mi fórmula del éxito no hay lugar para casualidades. Tampoco encontraréis la suerte en ella, aunque es evidente que la suerte ayuda. Creo que simplemente ha sido aplicación de la tripe A en estado puro:

 

 

 

 

 


  • Autoconocimiento: ha sido un trabajo de equipo. Iba con mi compañero de viaje en este proyecto. Le llamaremos A. Habíamos planificado hasta el milímetro la reunión. Casi obsesivamente. Qué digo yo. Qué dices tú. Qué material enseñamos. En qué momento. Quién contesta qué. Yo soy bueno en esto. Tú el mejor en aquello. Incluso cómo esperamos a nuestro interlocutor. De pie, por supuesto, y mirando a la puerta por la que entrará.


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  • Acción: meses de acción preparando material. Amigos involucrados. Favores pedidos. Dinero invertido. Tiempo supuestamente invertido, o quizá gastado según opinan algunos. Un sólo objetivo bien definido, y acciones encaminadas que aquello que queremos pase. Si el viento sopla, tendremos suerte. Pero si no es así, habremos remado lo suficiente como para estar allí. Cuando ayer surgió la oportunidad de estar hoy presentando a la persona adecuada, no dudamos en desplazarnos para una reunión de 20 minutos. Esto no es sólo querer. Ni saber. Esto es Acción en estado puro.
  • Actitud: jamás me había pasado. Acabado mi exposición y la mi compañero, a modo de elevator pith de 50.000 watios, el interlocutor pronunció una única frase: “me encanta el proyecto”. Y lo repitió: una y otra vez decía “me encanta, es que me encanta”. ¿Dónde esta la actitud aquí? Pues en nuestros ojos, en nuestra voz, en nuestra cara. No hay mejor vendedor que el está convencido de su producto. Y nosotros lo estamos. Se nos nota cuando lo explicamos. Y es que lo hemos parido, y no pararemos hasta que ande. ¿Verdad que se nota cuando un adolescente está enamorado? Pues te aseguro que a un emprendedor también se le nota. Y este amor ¡es contagioso!


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Y no sería justo no completar el análisis sin analizarle a él. Debe ser casualidad, seguramente sí: se llama Ádan, que se escribe con A. Se conoce bien, sabe callar más que hablar, y cuando habla convence. Es pasador, no rematador. Sabe en qué es bueno y conoce donde es el mejor. Pasa a la acción sin pensarlo dos veces. Prefiere el error a que pase el tren. En la mayoría de ocasiones no le pasa ninguna de las dos cosas. Y su actitud maximiza la fórmula. Ilusión por lo que hace, optimismo a raudales y proactividad apabullante. Tiempos de respuesta ridículamente pequeños.

 

 

Ojalá os pudiera explicar más, pero no es así. Si el proyecto sale, oiréis hablar de él. Es algo grande, algo que no se ha hecho hasta ahora. Algo que mucho, quizá demasiados millones de personas, esperan.

 

 

Por cierto, será también casualidad, pero la empresa con la que nos hemos reunido, también empieza por A.