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No deberíamos caer en aquellas trampas en las que otros ya han caído

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La necesidad de innovar es un factor que incide en, una mayor probabilidad, de que se cometan errores en el desarrollo de los proyectos que pretenden obtener nuevos productos o servicios. En muchas ocasiones, los errores son los mismos que se han producido en otros proyectos en la misma empresa o en proyectos que han realizado otros.


En el caso de proyectos que se realizan en la misma empresa, el hecho que se repitan errores ya cometidos es un ejemplo de que no existe un sistema de gestión del conocimiento en la empresa para evitar repetir errores. Este hecho sorprende porque ya existen metodologías que pretenden aprender de los errores como la denominada After Action Review desarrollada por la US Army.


Pero los errores que se cometen en otros proyectos fuera de la empresa deberían conocerse para intentar evitar volverlos a repetir. Así, algunos de los errores que se cometen son:



  • Obsesionarse con la propia idea.


Cuando uno tiene una idea propia que considera una buena solución para resolver un problema o aprovechar una oportunidad, y en la empresa se decide desarrollar un proyecto, el equipo que la desarrolla llega un momento que la hace suya y hace que pueda perder la perspectiva de la viabilidad de esa idea. Puede llegar un momento en que no se obtengan los resultados esperados, pero se continúe trabajando para conseguirlo, o bien que llegue al mercado una solución que haga que la nuestra sea obsoleta y, por tanto, no será aceptada por el mercado. Es necesario en estos casos tener la madurez para aceptar que el proyecto está acabado y cerrarlo, pese a los costes en que se haya incurrido.



  • No tener definido el cliente objetivo.


Cualquier proyecto de innovación debería estar focalizado en un cliente objetivo, es decir, el nicho de mercado al que ese proyecto va dirigido. Pretender obtener algo que sirva para todos es tener algo que no sirve para nadie.


Al focalizarse en un cliente objetivo lo que hacemos es poder definir las funcionalidades que dan respuesta a los problemas o necesidades de ese cliente. Con esto, podemos tener unos elementos y unos indicadores que nos permiten validar que lo que estamos desarrollando responde a lo esperado. Cuando no definimos un cliente objetivo, lo que hacemos es definir todas las funcionalidades que satisfagan a todos los potenciales clientes, y esto hace que se generen demasiados factores a desarrollar. Esto puede hacer que el tiempo de desarrollo se alargue en el tiempo o que no se consiga equilibrar funcionalidades que sean opuestas o incompatibles.



  • No tener en cuenta la legislación aplicable.


Cualquier innovación que se quiera desarrollar, especialmente los productos, debe cumplir cuando llega al mercado una legislación, y en muchos casos, una normativa. Al respecto de esto una frase habitual entre algunos entornos de innovadores es que “no se puede impedir la innovación”. Pero en esta frase subyace un error de base y es que la legislación está para cumplirla. Especialmente cuando esta legislación tiene como objetivo la protección de los consumidores. Por ello, en los documentos iniciales de cualquier proyecto deben explicitarse de forma clara todo aquello que el resultado final deberá cumplir. Si esto se pone al principio, y los desarrolladores son conscientes de ello, desde un principio lo tendrán en cuenta.


En cambio, si un equipo de innovación (o de I+D) decide que no tiene en cuenta esos requerimientos y desarrolla una potencial solución, puede ocurrir que cuando se llegue a la fase de industrialización en la que se deben cumplir los requerimientos obligatorios para que un producto se puede comercializar, como puede ser el cumplimiento de los requisitos del , entonces se observe que no supera los ensayos pertinentes, y tenga que volverse a desarrollar un nuevo producto o partes de ese nuevo producto, con el consiguiente retraso en la fecha de lanzamiento al mercado. Y los efectos en la prevista.



  • No tener en cuenta a los actores de los diversos procesos.


Cualquier nuevo producto o servicio influye de forma directa o indirecta en muchos procesos de la empresa desde los procesos de compra de materiales o componentes, pasando por los procesos de fabricación hasta llegar al proceso logístico de suministro a clientes. Pero también los procesos en los servicios como los de comunicación con el cliente o de contratación de ese servicio. En todos estos casos, las personas que están trabajando en esos procesos conocen una serie de casuísticas que deberían ser consideradas cuando se está desarrollando ese nuevo producto o servicio. Así, si se diseña un nuevo producto que facilite el montaje o el mantenimiento porque se utilizan metodologías o técnicas de “” o “” o “”. O si hablamos de servicios, se desarrollan sistemas que faciliten la interacción con el cliente o que la persona que tiene que dar el servicio tenga una plataforma que sea de fácil acceso y en la que pueda encontrar la información fácilmente, para lo que se pueden utilizar metodologías como el “”.


Lo peor que se puede hacer cuando se quiere innovar es repetir los errores que otros ya han cometido, porque lo que haremos es sembrar la incertidumbre y que los equipos pierdan la confianza en sus capacidades.