Si tu cambias, todo cambia
Como hemos visto en los post anteriores todos tenemos cosas a mejorar. Ha quedado claro que no solo es bueno para uno mismo sino necesario.
La primera pieza que hay que mover en cualquier cambio es uno mismo. Es el paso más directo y sencillo, ya que no implica a otras personas, lo cual permite empezar con el cambio en cualquier momento y lugar. Solo hace falta voluntad y ganas. Voluntad y ganas, dos conceptos que son más fáciles de decir que de aplicar. Me refiero, pues, a hacer un cambio interno.
Tú, que ahora estás leyendo este post, probablemente dedicaste algo de tiempo el pasado septiembre, cuando empezaba el curso, o en diciembre, al acabar el año, a pensar en nuevos propósitos, es decir, en empezar a modificar algo; hasta podrías encontrar una lista perdida por alguna libreta en la que apuntaste esas novedades que deseabas. Unos clásicos: adelgazar, dejar de fumar, cambiar de trabajo, ir al gimnasio, tener un hijo…; si te fijas en esos ejemplos, observarás un denominador común: no puede dártelo el tiempo, no son automáticos, no aparecen de la nada. Por mucho que cambie el año, el año no será lo que cambie tu vida; tú eres lo que debe ser diferente. Tienes que actuar. Tú eres el único motor que hará que todo funcione.
En una de las clases que he dado a lo largo de mi vida tenía un grupo con un horario complicado: de 19 a 22 h; digo complicado porque a esas horas muchos de los alumnos llegaban directamente del trabajo, casi sin desconectar y con la cabeza más centrada en las diez horas anteriores que en las tres que nos esperaban y en la materia que íbamos a tratar. Era lógico y yo sabía de antemano que pasaría. Lo que, en principio, podía parecer un problema me sirvió para hacer una prueba: quería comprobar que es posible lograr cambios en el estado de ánimo de las personas de una forma rápida e instantánea; y estaba seguro de poder demostrarlo.
Aquel día los alumnos llegaron a clase e iban ocupando sus lugares. Se sentaban, hablaban entre ellos, dejaban las cosas, las chaquetas, y sacaban el ordenador, el boli, la libreta. Yo miraba ese ir y venir en la distancia, sin mantener contacto de ningún tipo de una forma totalmente voluntaria y ajena a lo que pasaba. Quería evitar la interacción y la mejor manera era no saludarlos, no decirles nada; al contrario de lo que suelo hacer. Necesitaba que no se sintieran influidos por mí.
Cuando estuvieron sentados, fui directamente al grano. Quería que, uno a uno, valoraran en una escala de uno a diez como se sentían aquel día. El resultado se ve en la primera fila de la imagen Aparecen sietes, cincos y muchos seises. Una chica me preguntó, lo recuerdo perfectamente, si podía poner un diez. Venía con el pelo mojado, radiante, con una sonrisa: «Acabo de ir al gimnasio», me dijo. Naturalmente, le dije que podía poner lo que quisiera. Estaba en un momento de plenitud y no podía negárselo. Hacer ejercicio le había ido muy bien. Una vez acabada la primera fase, empezamos con la dinámica propiamente dicha.
Quizá no conozcas a Macy Gray. Esta una cantante y actriz estadounidense americana (aparece en Spiderman) que tiene un tema que me encanta, por cómo suena y por lo que dice: I try; te recomiendo que lo busques en Spotify o en Youtube para que te acompañe mientras lees las siguientes líneas. Pues bien, aquel día lo puse en la clase e invité a los alumnos a cerrar los ojos, seguir el ritmo, unirse a lo que oían y dejarse llevar por la música. Primero haciendo sonar los dedos. Después, poco a poco, las manos. La canción, que va subiendo de intensidad, se fue apoderando de los alumnos, que acabaron con una verdadera catarsis al llegar al estribillo.
I try to say good bye and I choke.
I try to walk away and I stumble.
Though I try to hide it it's clear.
My world crumbles when you are not near.
Los miraba y no los reconocía. ¿Eran los mismos que unos minutos antes habían entrado en aquella clase después de una dura jornada laboral? Les había cambiado la cara como de la noche al día. Era el momento de pasar a la segunda parte del ejercicio: preguntar cómo se sentían después de, simplemente, escuchar una canción e interaccionar con ella y entre ellos. Nada complejo ni extraordinario. Puedes ver el resultado en la segunda fila de la imagen. Todos subieron la nota; absolutamente todos. Se sentían mejor, se habían encontrado a ellos mismos. Incluso la chica que había puesto un diez me preguntó si podía poner un once. ¡Claro! Y así quedo. Con una simple canción, con un ejercicio básico les había cambiado el día.
¿Qué quiere decir esto? ¿Qué podemos extraer del experimento que hice con mis alumnos? Algo muy fácil de ver pero difícil de conseguir si no te lo propones: todos tenemos la capacidad de cambiar internamente, solo hace falta creerlo y ponerse manos a la obra. Dar el paso necesario que nos lleve a ese cambio que deseamos.
Para un momento y plantéatelo: ¿te conoces a ti mismo?, ¿alguna vez has dedicado un poco de tiempo a explorarte y a cuidarte? Lo primero que debes saber es lo que te cambia, lo que te relaja, lo que te excita, descubrir las herramientas, todo aquello que tienes a tu alcance para, de forma voluntaria o involuntaria, modular tu estado. Tenerlo identificado, es decir, conocerte a ti mismo, te dará un poder brutal para mejorar tu rendimiento, ser más efectivo y eficaz en lo que quieres hacer. Plantéatelo durante unos minutos.